viernes, 2 de diciembre de 2011

Leyendo a Don Quijote


Hace poco hubo un caso en el que un hombre mata por fin a su exmujer a pesar de tener una orden de alejamiento que ya antes la había trasgredido reiteradamente con fuertes agresiones. Un alejamiento ridículo, pues desde esa distancia alcanzaba el disparo de una bala. Y es que, justicia, la hay; lo que fallan son los jueces que según tengan el día, así dictaminan.
Por este motivo muchas mujeres aguantan las andanadas de golpes físicos y mentales cuando tienen mínimas posibilidades de independencia, tanto materiales como anímicas, pues las hay que, psicológicamente y debido muy en parte al acervo cultural, no conciben sus vidas sin estar protegidas por el macho, en apariencia, dominador. Cosa esta equívoca, pues es el hombre el que ve nublada su vida si se ve separado de la hembra dado que prima más en este el sexo que en la mujer, pero esta, no sabe aprovecharlo puesto que la desesperación inmediata y poco reflexiva en la mayoría de los casos, hace que vuelva a su lado a sabiendas que de nuevo la espera la tortura.
No hay más que ver que es el hombre, por regla general, el que tras una agresión pide perdón incluso con lágrimas que conmueven el espíritu maternal y protector de la mujer.
No acaba de desarraigar por más modernas y lanzadas que aparezcan a nuestros ojos las mujeres, esa tendencia engañosa de la sumisión, pues si fueran capaces de recapacitar y leer en su historia pasada, verían que de forma muy suspicaz, son ellas las dominadoras.
Os invito a que leáis el último pasaje del capítulo 45 de la segunda parte del Quijote. Debería ser de obligada lectura ya en primaria.

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