martes, 24 de enero de 2012

Trenes de cercanías.



Recuerdo muy bien el momento, la situación, el lugar e incluso el año con un margen de error de uno y hasta la hora también con escaso margen en el tiempo: Una estación de trenes locales, de cercanías, verdes; traídos de otros países en los que habían sido cambiados por otros más modernos y en los que esos  fantasmas que para muchos son reales, de gentes dedicadas a quehaceres que se les han  impuesto pero que al fin hacen con gusto y hasta con placer, debido a la personalidad humana tan fácil de acomodarse  a adoptar la clandestinidad cuando esta está permitida por la sociedad convenenciera del momento, circulaban al antojo de nuestra imaginación por pasillos y asientos de duros listones de madera brillante por el uso, que no por el mantenimiento.
Recuerdo muy bien la escena breve que vi y recuerdo, de igual manera, como mi mente se aventuró a un rápido y desolador razonamiento en un principio.
Yo contaba unos 18 años de edad y estaba sentado en uno de los bancos anclados al suelo, dobles; de esos que te das la espalda con quienes se sientan, precisamente, a tus espaldas, limitando el roce un travesaño. O dos, que eso no lo recuerdo.
Intentaba subir en ese momento al coche férreo una señora a quien tendía la mano un hombre que ya estaba subido. Tendrían cincuenta o sesenta años. Muy mayores y hasta viejos a mis ojos viéndoles desde la línea de mi juventud física. Y pensé; lo que para ciertas personas significaba una puesta en alarma exclamando un, “¡oh, peligro!”.
Pensé que, dos personas que van envejeciendo juntas y que se conocen desde jóvenes, no pueden verse con caras arrugadas y esperpénticas, si no que la continuidad de la convivencia hace que el envejecimiento sea tan gradual que pase desapercibido entre ellos. Eso sí. Si hay amor o gran afecto entre ambos, pues de lo contrario, muy de vez en cuando o muy de continuo, aparecerá la máscara real de la vejez arrugada más acusada cuanto más acusado sea la animadversión entre ambos.
Pero. ¿Qué sucede cuando se encuentran dos personas que no se veían de tiempos muy pretéritos?. Evidentemente notan en sus caras el paso inexorable del tiempo acusado más en unas personas que en otras, pero al fin, ni recordamos si tenía una cara agraciada o bella, o fea; pero joven. Y ni aun haciendo un esfuerzo veremos la imagen de aquella antigua juventud en sus maduras facciones.
Pero los sentimientos, hacen que las visiones reales se transformen para satisfacer nuestro espíritu, y esto sucede de forma involuntaria, sin querer, sin forzar y nos maravillamos de observar en ese rostro que pertenece a alguien con una edad real, como van apareciendo, unas veces a ráfagas y otras de forma sostenida, la imagen de aquella persona cuando la conocimos siendo joven.
Estas sensaciones pueden suceder – lo afirmo – aun no habiendo conocido a la persona de joven.
Entonces. ¿Cómo no va ser posible esta sensación si con quien tenemos enfrente se mantuvo una relación amorosa y asoma en nosotros un sentimiento que parece que nunca murió?.


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